Antes de casarme entre lo estresante que significa organizar una
boda y la ilusión que también provoca la misma, escuché infinidades de veces
de personas que llevan algunos o muchos
años casados, que luego de la pomposidad del evento y lo romántico de la luna
de miel sintieron una mezcla de incertidumbre y decepción respecto al
matrimonio, muchos decían “si me case y ¿ahora qué? O ¿era esto el matrimonio?.
Es que la sociedad te prepara para el matrimonio solo hasta la luna de miel,
nunca he visto una película o novela donde el final no sea un “vivieron felices
para siempre” y la escena no sea una pareja en la iglesia contrayendo nupcias o
algo por el estil. Pues, ahora que ya estoy arribando a mi primer año como
mujer casada, te puedo decir que allí no termina todo sino que apenas es el
inicio, de lo que será tu vida.
Aunque parezca trillado, es en el matrimonio donde empiezas a
conocer a tu pareja, sus manías mas incomprensibles, su malhumor, los defectos
que supo maquillar y esconder muy bien durante el noviazgo. Pero conocer a
alguien profundamente no solo implica cosas malas, conoces sus sueños, sus
miedos más profundos, algunas frustraciones, sus gustos (más allá de su color
favorito), y a medida que vas más y más a tu pareja le vas comprendiendo mejor y
la vas amando aún más. Descubres que no era el hombre o la mujer perfecta que tú crías y que habías
idealizado, pero esas imperfecciones precisamente forman parte de la
personalidad de ese ser, que ya no es otro individuo, sino que es uno contigo. Como
dice la Biblia “serán una sola carne”.
Ser una sola carne, implica mucho más que la relación sexual, ser
una sola carne significa que ahora “mis sueños” son “nuestros sueños” que “sus
problemas” son “nuestros problemas” y que ya no “soy yo” sino que “somos
nosotros”. Por eso en mi poca experiencia he aprendido que un matrimonio exitoso
no es apto para egoístas. Cuando nos casamos tenemos que aprender a negarnos un
poco, el negarse va desde las cosas más
simples a las más complejas. Desde la esposa que un día no desea
cocinar, planchar o limpiar; o el esposo que un día deja de comprarse cosas
para él mismo, por llevar cosas elementales a su casa o simplemente complacer
los gustos y pequeños caprichos de su pareja. Negarse también está en entender
que no siempre voy a ganar y aun cuando tengas razón, en oportunidades vas a
tener que callar y orar; es decir, dejarle las cosas a Dios y al tiempo,
Pero eso no se compara con la alegría y seguridad que te da el
saber que no estarás mas solo, que alguien te espera en casa, para reír de las
cosas graciosas del día a día, pero también para llorar por las grandes
derrotas y alentarte a seguir. En el matrimonio todos los días tendrás una cama
caliente y unos brazos para tocarte y sentirte, cuando este bonita (o) o fea;
saludable o enferma; sin maquillaje de buen o mal humor.
La intimidad que crece a medida que avanza el tiempo, los convierte
en cómplices de sus aventuras, de sus victorias, de sus derrotas. Con el día a
día van construyendo su futuro, pero también van gozando del presente. En ocasiones
el estrés y la rutina van a querer hacer meollo en su relación. Pero, si aunque
sea, uno de los dos se da cuenta a tiempo y actúa, las cosas pueden cambiar. Bailen
juntos, rían, háganse cosquillas, prepárense una comida rica, salgan al teatro
y el cine, hagan cosas diferentes. Pero sobre todo, respétense y ámense mucho. Con
mi matrimonio yo he aprendido, que verdaderamente para pelear se necesitan dos,
muchas veces la que está dispuesta hacerlo soy yo, pero mi esposo saca algún
chiste, algún cariño que nos lleva a olvidar el percance. Por supuesto el
crédito no lo tenemos nosotros, se lo debemos a Dios, ha sido una lucha
constante por no descuidar nuestra relación con Dios, tanto personal como en
pareja, y aunque parezca increíble cuando dejamos un poco la oración (como
esposos) es cuando florecen las aristas de nuestros caracteres y las peleas se
hacen un poco constantes. Gracias a Dios hemos reaccionado a tiempo y nunca
nada ha pasado a mayores.
Afortunadamente, luego de la luna de miel, yo entre con emoción a
la aventura que supone construir tu vida junto a otra persona, y si hoy en día
me preguntas si recomiendo a otros casarse, diría una y mil veces que sí, pero
que lo hagan con alguien que también este dispuesto a negarse como tu lo harás,
que muchas veces quiera gritarte y salir corriendo pero que te ame mucho más,
para soportarte aún en tus peores momentos, cásate con quién verdaderamente
disfrutes pasar el tiempo, incluso disfrutar no hacer nada, solo estar juntos. Cásate
con la persona que te ame cuando la ropa se valla y descubras tus
imperfecciones físicas, con aquel (ella) cuando el tiempo y los años dejen su
huella sobre ti, con ese (esa) que sabrá educar
y amar el legado que los dos dejen en la tierra; sus hijos. Cásate con
aquella persona que este dispuesto a pelear “junto a ti” no, “contra ti”, que
defienda su relación y que entienda que el divorcio no es una opción.
En realidad, la única garantía que tenemos que el matrimonio
resultará es Dios; el inventor del matrimonio y fundador de la familia. Definitivamente
él no se equivoca y si diseño un plan para que dos personas imperfectas y
distintas logren convivir en paz y formar una familia feliz, es porque si es
posible.
Por mi parte, sé que me falta mucho por recorrer, pero seguiré esforzándome
día a día, aprendiendo de los errores; pero también gozando y disfrutando de
una de las mejores relaciones (sociedad) que Dios creó para el ser humano, con
la persona que desde antes de conocerla destinó para mí.
Feliz I Aniversario amor!
Rosales Rossangely 06/07/2014